EL ETERNO TE AMA

Si buscas hosting web, dominios web, correos empresariales o crear páginas web gratis, ingresa a PaginaMX
Por otro lado, si buscas crear códigos qr online ingresa al Creador de Códigos QR más potente que existe






_________________________________________________________________________________________________



 
El avivamiento de la Calle Azusa:
¿Qué pasó con su herencia?
 
El movimiento pentecostal - al cual pertenece un gran número de iglesias en América Latina - traza sus orígenes desde el avivamiento en la Calle Azusa (Los Angeles) en 1906. Según lo que he leído hasta ahora, veo que este fue un avivamiento genuino según las pautas bíblicas. Sin embargo, me pregunto si los pentecostales actuales son los herederos legítimos de aquel avivamiento. Deseo en este artículo resaltar algunas características del avivamiento en la Calle Azusa, y hacer algunas comparaciones con el pentecostalismo actual.
Por la mayor parte me estoy apoyando en el libro "Azusa Street" por Frank Bartleman, uno de los pioneros de aquel avivamiento (al lado de William Seymour quien era el pionero principal). Bartleman describe en este libro sus experiencias de primera mano, acerca del avivamiento, sus antecedentes y sus resultados.
Al buscar este libro, ya me llevé la primera sorpresa. El libro de Bartleman (escrito en 1925) fue reeditado en español por la Editorial Peniel en 2006, con ocasión del centenario del avivamiento, festejado por los pentecostales alrededor del mundo entero. Pero cuando pedí este libro en una librería cristiana en 2008, no sabían nada acerca de este libro, y al parecer ni siquiera sabían a qué se refiere "Calle Azusa". Ahora quizás puedo disculparlos con el hecho de que la librería en sí no es pentecostal. Pero es la librería cristiana más grande de la ciudad y es frecuentada por muchos pastores y líderes pentecostales, puesto que no hay ninguna librería específicamente "pentecostal" aquí. Entonces me extraña que en todo este tiempo ninguno de ellos haya pedido este libro. ¿Viven los pentecostales desconectados de su historia?
 


 
descargar en:
http://www.4shared.com/document/EsVyGVAP/El_avivamiento_de_la_Calle_Azu.html?
_______________________________________________________________________________________________________________________________________________


 
EL AVIVAMIENTO QUE CAMBIO UN PAIS

ESCRITO POR DOROTHY BULLON
descargalo en:

http://www.4shared.com/document/kg1e8ZvW/El_avivamiento_que_cambio_un_p.html?
_
_________________________________________________________________________________________________________________________________________



MARTÍN LUTERO
El Gran Reformador (1483-1546)

 
Su alma ardía con el fuego del cielo; de todas partes afluían multitudes para escuchar sus discursos, los cuales emanaban abundante y vivamente de su corazón, sobre las maravillosas verdades reveladas en las Escrituras. Uno de los más famosos profesores de Leipzig, conocido como: “La luz del mundo”, dijo: “Este fraile avergonzará a todos los doctores; pregonará una doctrina nueva y reformará toda la iglesia, porque él se basa en la Palabra de Cristo. La Palabra que nadie en el mundo puede resistir, y nadie puede refutar, aún cuando se la ataque con todas las armas de la filosofía”. 
Lutero viajó a Roma para resolver ciertas desavenencias. En ese tiempo él todavía era fiel y enteramente dedicado a la Iglesia Católica. Después que vio la corrupción tan generalizada que había en Roma, su alma se apegó a la Biblia, más que nunca. Durante una convención de Agustinos, Lutero fue invitado a predicar, pero en vez de dar un mensaje doctrinal de sabiduría humana, como era de esperarse, pronunció un ardiente discurso contra la lengua maldiciente de los monjes. Los agustinos, impresionados por ese mensaje, ¡lo eligieron director a cargo de once conventos!.
Lutero no solamente predicaba la virtud, sino que también la practicaba, amando verdaderamente a su prójimo. La fama del joven monje se esparció hasta muy lejos. Entretanto, sin reconocerlo, mientras trabajaba incansablemente para la iglesia, se había alejado del rumbo liberal que ella seguía en doctrina y práctica.
En el mes de octubre de 1517, Lutero fijó a la puerta de la iglesia del Castillo de Wittemberg sus 95 tesis, cuyo tenor era que Cristo requiere el arrepentimiento y la tristeza por el pecado cometido, y no la penitencia. Lutero fijó sus tesis o proposiciones para un debate público, en la puerta de la iglesia, como era costumbre en ese tiempo. Pero, esas tesis escritas en latín, fueron enseguida traducidas al alemán, al holandés y al español. Antes de transcurrido un mes, para sorpresa de Lutero, sus tesis ya habían llegado a Italia, y estaban haciendo temblar los cimientos del viejo edificio de Roma.
Fue como consecuencia de ese acto de fijar las 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittemberg que nació la Reforma, es decir, fue eso lo que dio origen al gran movimiento de almas que en todo el mundo ansiaban volver a la fuente pura, a la Palabra de Dios. Sin embargo, Lutero no atacó a la Iglesia Católica; al contrario, salió en defensa del Papa contra los vendedores de indulgencias.
En el mes de agosto de 1518, Lutero fue llamado a Roma para responder a la acusación de herejía que se le imputaba. “Te quemarán vivo” insistían sus amigos. Lutero entonces les respondió resueltamente: “Si Dios sustenta la causa, la causa subsistirá”. La orden que emitió el nuncio del Papa en Augsburgo, fue: “Retráctese o no saldrá de aquí”. Sin embargo, Lutero huyó. Al llegar de nuevo a Wittemberg, un año después de fijar sus tesis, Lutero se había convertido en el personaje más popular de toda Alemania. No existían periódicos en ese tiempo, pero de la pluma de Lutero fluían las respuestas a todos sus críticos, que eran luego publicadas en folletos.
Erasmo, el célebre humanista y literato holandés, le escribió: “Sus escritos están despertando a todo el país..... A los hombres más eminentes de Inglaterra les gustan sus escritos....”. Cuando la bula de excomunión, enviada por el Papa, llegó a Wittemberg, Lutero respondió con un tratado dirigido al Papa León X, exhortándolo en el nombre del Señor a que se arrepintiese. La bula del Papa fue quemada fuera del muro en la ciudad de Wittemberg ante una gran multitud.
Sobre el particular, Lutero escribió al vicario general: “En el momento de quemar la bula, yo estaba temblando y orando, pero ahora estoy satisfecho de haber realizado este enérgico acto”. Lutero no esperó a que el Papa lo excomulgase, sino que inmediatamente saltó de la Iglesia de Roma a la Iglesia del Dios Vivo. En su viaje a Worms para comparecer ante el Emperador Carlos V, el pueblo afluyó en masa para conocer al gran hombre que había tenido el coraje de desafiar la autoridad del Papa.
En su viaje a Worms, para comparecer ante el Emperador Carlos V, el pueblo afluyó en masa para conocer al gran hombre que había tenido el coraje de desafiar la autoridad del Papa.
En Mora predicó al aire libre, porque en las iglesias ya no cabían las enormes multitudes que querían oír sus sermones. Al avistar las torres de las iglesias de Worms, se irguió en la carroza en que viajaba y cantó su himno, el más famoso de la Reforma: “Ein’ Feste Burg” (Castillo fuerte es nuestro Dios). Al entrar por fin a la ciudad, lo acompañaba el pueblo en una multitud mucho mayor que la que había ido a recibir a Carlos V.
Al día siguiente, lo llevaron ante el emperador, a cuyo lado se encontraba el delegado del Papa, seis electores del imperio, veinticinco duques, ocho margraves, treinta cardenales y obispos, siete embajadores, los diputados de diez ciudades, y un gran número de príncipes, condes y barones. Es fácil imaginar que el reformador fuese un hombre de mucho coraje, y de físico vigoroso como para enfrentar tantas fieras que ansiaban despedazarle el cuerpo. Pero la verdad era que él había pasado una gran parte de su vida alejado de los hombres y, sobre todo, se encontraba muy débil por el viaje, durante el cual había tenido necesidad de que lo atendiese un médico. Sin embargo, no perdió su entereza y se mostró valeroso, no en su propia fuerza, sino en el poder de Dios.
Sabiendo que tenía que responder ante una de las más imponentes asambleas de autoridades religiosas y civiles de todos los tiempos, Lutero pasó la noche anterior en vigilia. Postrado con el rostro en tierra, luchó con Dios llorando y suplicando. Uno de sus amigos lo oyó orar así: “¡Oh Dios Todopoderoso! ¡La carne es débil, el diablo es fuerte! ¡Ah, Dios, Dios mío! Te pido que estés junto a mí contra la razón y la sabiduría del mundo. Hazlo, pues solamente tú lo puedes hacer. No es mi causa sino la tuya. ¿Qué tengo yo con los grandes de la tierra? Es tu causa, Señor, tu justa y eterna causa. ¡Sálvame, oh Dios fiel! ¡Solamente en ti confío, oh Dios! Dios mío... ven, estoy dispuesto a dar, como un cordero, mi propia vida. El mundo no conseguirá atar mi conciencia, aun cuando esté lleno de demonios; y si mi cuerpo tiene que ser destruido, mi alma te pertenece, y estará contigo eternamente...”
Se cuenta que, al día siguiente, cuando Lutero atravesó el umbral del recinto donde comparecería, el veterano general Freudsburg puso la mano en el hombro del Reformador, y le dijo: “Pequeño monje, vas a enfrentarte a una batalla diferente, que ni yo ni ningún otro capitán jamás hemos experimentado, ni siquiera en nuestras más sangrientas conquistas. Sin embargo, si la causa es justa, y estás convencido de que lo es, avanza en nombre de Dios, y no temas nada, que Dios no te abandonará” El gran general no sabía que Lutero había vencido la batalla en oración, y que entraba solamente para declarar que la había ganado a peores enemigos.
Cuando el nuncio del Papa exigió a Lutero que se retractase ante la augusta asamblea, él respondió: “Si no me refutareis por el testimonio de las Escrituras o por argumentos - puesto que no creo ni en los Papas ni en los concilios, siendo evidente que muchas veces ya se engañaron y se contradijeron entre sí – mi conciencia tiene que acatar la Palabra de Dios. No puedo retractarme, ni me retractaré de nada, puesto que no es justo ni seguro, actuar contra la conciencia. Dios me ayude. Amén”
Al volver a su aposento, Lutero levantó las manos al cielo, y exclamó con el rostro todo iluminado: “¡Consumado está! ¡Consumado está! ¡Si yo tuviese mil cabezas, soportaría que todas ellas fuesen cortadas antes que retractarme!”
La ciudad de Worms, al recibir la noticia de la osada respuesta dada por Lutero al nuncio del Papa, se alborozó. Las palabras del Reformador se publicaron y difundieron entre el pueblo. A pesar de que los papistas no consiguieron con su influencia que el emperador violase el salvoconducto, y quemase en una hoguera al llamado hereje, Lutero, sin embargo, tuvo que enfrentar otro grave problema. El edicto de excomunión entró inmediatamente en vigor; Lutero, según la excomunión, era considerado un criminal y, al terminar el plazo de su salvoconducto, tendría que ser entregado al emperador; todos sus libros debían ser incautados y quemados; el hecho de ayudarlo de cualquier manera que fuese, sería considerado un crimen capital.
Pero a Dios le es fácil cuidar de sus hijos. Estando Lutero de regreso a Wittenberg, fue repentinamente rodeado en un bosque por un bando de caballeros enmascarados que, después de despedir a las personas que lo acompañaban, lo condujeron a altas horas de la noche, al castillo de Wartburgo, cerca de Eisenach. Esta fue una estrategia del Príncipe de Sajonia para salvar a Lutero de sus enemigos que, planeaban asesinarlo antes de que llegase a casa.
En el castillo, Lutero pasó muchos meses disfrazado; Tomó el nombre de Caballero Jorge, y el mundo lo daba por muerto. Fieles siervos de Dios oraban día y noche. Las palabras del pintor Alberto Durero, expresan los sentimientos del pueblo: “¡Oh Dios ¡ Si Lutero fuese muerto ¿quién nos expondría entonces el evangelio?”. Sin embargo, en su retiro, libre de sus enemigos, tuvo libertad de escribir; y el mundo comprendió luego, por la gran cantidad de literatura, que esa obra salía de la pluma de Lutero, y que, de hecho, él estaba vivo. El Reformador conocía bien el hebreo y el griego, y en tres meses tradujo todo el Nuevo Testamento al idioma alemán. En unos meses más, la obra, ya impresa, se encontraba en las manos del pueblo, y Lutero no recibió ni un solo centavo por concepto de derechos de autor. La mayor obra de toda su vida fue, sin duda, la de dar al pueblo alemán la Biblia en su propia lengua.
La lengua alemana de aquel tiempo, era un conjunto de dialectos, pero al traducir la Biblia, Lutero empleó un lenguaje que fuese comprendido por todos. Una de las cosas que contribuyó al éxito de esa traducción, fue que Lutero era un erudito en hebreo y griego, y tradujo directamente de las lenguas originales. Y lo que le dio valor fue que Lutero conocía la Biblia como nadie podía conocerla, puesto que él había sentido la angustia eterna, y había encontrado en las Escrituras el verdadero y único consuelo.
LUTERO CONOCÍA ÍNTIMAMENTE Y AMABA SINCERAMENTE AL AUTOR DEL LIBRO. Como resultado su corazón se inflamó con el fuego y poder del Espíritu Santo. Ahí residía el secreto de haber podido traducir todo el idioma alemán en tan poco tiempo. Él escribió: “Jamás ninguna parte del mundo se escribió un libro más fácil de comprender que la Biblia. Comparado con otros libros, es como el sol en contraste con todas las demás luces. No os dejéis inducir por ellos a abandonarla bajo ningún pretexto. Si os alejáis de ella por un momento, todo estará perdido; podrán llevaros dondequiera que se les antoje. Si permanecéis fieles a las Escrituras, seréis victoriosos”.
Se casó con Catalina de Bora, y tuvieron seis hijos. Él y su esposa se amaban profundamente. Algunos llegaron a censurarla, porque era demasiado económica; pero, ¿qué habría sido de Martín Lutero y de toda su familia, si ella hubiese actuado como él? Se decía que él, aprovechando que su esposa estaba enferma, cedió su propio plato de comida a cierto estudiante que estaba hambriento. No aceptaba ni un centavo de sus alumnos, y se negaba a vender sus escritos, dejándoles todo el lucro a los tipógrafos. El gran paso que él dio para que el pueblo quedase libre para servir a Dios conforme a sus leyes, es algo que escapa a nuestra comprensión.
Antes de Lutero, el sermón en los cultos tenía muy poca importancia; pero él hizo del sermón la parte principal del culto. Él mismo dio el ejemplo para acentuar esa costumbre: era un predicador de gran elocuencia. Él mismo se tenía en poco, pero sus mensajes le brotaban de lo más íntimo de su corazón, a tal punto que el pueblo llegaba a sentir la presencia de Dios cuando él predicaba. En Zwiekau predicó a un auditorio de 25.000 personas en la plaza pública. Él tenía la costumbre de orar durante horas enteras. Decía que si no pasaba dos horas orando por la mañana, se exponía a que Satanás ganase la victoria sobre él durante ese día.
Cierto biógrafo escribió: “El tiempo que él pasa orando, produce el tiempo para todo lo que hace. El tiempo que pasa escudriñando, la Palabra vivificante le llena el corazón, que luego se desborda en sus sermones, en su correspondencia y en sus enseñanzas”.
Su esposa dijo que las oraciones de Lutero “eran a veces como los pedidos insistentes de su hijito Hanschen, que confiaba en la bondad de su padre; otras veces, era como la lucha de un gigante en la angustia del combate”. Encontramos lo siguiente en la Historia de la Iglesia Cristiana, de Souer, Vol. 3, pág. 406: “Martín Lutero profetizaba, evangelizaba, hablaba lenguas e interpretaba, revestido de todos los dones del Espíritu”.
A los 62 años predicó su último sermón, sobre el texto: “Escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños”. Ese mismo día escribió a su querida esposa: “Echa tu carga sobre el Señor, y él te sustentará. Amén”. Esta fue una frase de su última carta. Vivió esperando siempre que el Papa lograra cumplir la repetida amenaza de quemarlo vivo. Sin embargo, no fue esa la voluntad de Dios. Cristo lo llamó mientras sufría de un ataque al corazón, en Eisleben, su ciudad natal. Las últimas palabras de Lutero fueron: “Voy a entregar mi espíritu”. Luego alabó a Dios en voz alta: “¡Oh, mi padre celestial! Dios mío, Padre de nuestro Señor Jesucristo, en quien creo, a quien prediqué, y a quien confesé, amé y alabé.... Oh, mi querido Señor Jesucristo, a ti encomiendo mi pobre alma. ¡Oh, mi Padre Celestial! , en breve tiempo tengo que abandonar este cuerpo, pero sé que permaneceré eternamente contigo y ¡que nadie podrá arrebatarme de tus manos!” Luego, después de recitar a Juan 3:16 tres veces, repitió las palabras: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, pues tú me rescataste, Dios fiel”. Terminando de decir esto, cerró los ojos y durmió.



__________________________________________________________________________________________________






http://www.mediafire.com/?a677vo8973ytpx6
_________________________________________________________________________________________________



 

JONATHAN EDWARDS
El Gran Avivador (1703-1758)

 
Hace dos siglos que el mundo habla del famoso sermón: Pecadores en las manos de un Dios airado, y de los oyentes que se agarraban a los bancos pensando que iban a caer en el fuego eterno. Ese hecho fue solamente uno de los muchos que ocurrieron en aquellas reuniones, en que el Espíritu Santo desvendaba los ojos de los presentes, para que contemplaran las glorias de los cielos, y la realidad del castigo que está bien cerca de aquellos que están alejados de Dios.
Jonathan Edwards fue la persona que más sobresalió en ese avivamiento que se llamó: "El Gran Despertamiento". Su vida es un destacado ejemplo de consagración al Señor, para el mayor desarrollo del entendimiento, y sin ningún interés personal, de dejar al Espíritu Santo que hiciera uso de ese mismo entendimiento como un instrumento en sus manos. Jonathan Edwards amaba a Dios, no solamente de corazón y alma sino también con todo su entendimiento. "Su mente prodigiosa se apoderaba de las verdades más profundas." Sin embargo, "su alma era de hecho, un santuario del Espíritu Santo". Bajo una calma exterior aparente, ardía el fuego divino como un volcán.
Los creyentes de hoy le deben a ese héroe, gracias a su perseverancia en orar y estudiar bajo la dirección del Espíritu, el retorno a varias doctrinas y verdades de la iglesia primitiva. Fue grande el fruto de la dedicación del hogar en que nació y se crió. Su padre fue pastor amado de una misma iglesia durante sesenta y cuatro años. Su piadosa madre era hija de un predicador que pastoreó una iglesia durante más de cincuenta años. De las diez hermanas de Jonathan, cuatro eran mayores que él. "Muchas fueron las oraciones que sus padres elevaron a Dios, para que su único y amado hijo varón fuese lleno del Espíritu Santo, y llegase a ser grande delante del Señor. No solamente oraban así, con fervor y constancia, sino que se dedicaron a criarlo con mucho celo para el servicio de Dios. Las oraciones hechas alrededor del fuego del hogar los inducían a esforzarse, y sus esfuerzos redoblados los estimulaban a orar más fervorosamente… Aquella enseñanza religiosa y constante hizo que Jonathan conociese íntimamente a Dios, cuando aún era muy pequeño.
Cuando tenía siete u ocho años, hubo un avivamiento en la iglesia de su padre, y se acostumbró a orar solito, cinco veces, todos los días, y a llamar a otros niños para que oraran con él. En lo que se refiere a su consagración, cuando tenía veinte años, escribió: “Me dediqué solemnemente a Dios y lo hice por escrito, entregándome yo mismo y todo lo que me pertenecía al Señor, para no pertenecerme más en ningún sentido, para no consolarme como el que de una forma u otra se apoya en algún derecho... presentando así una batalla contra el mundo, la carne y Satanás, hasta el fin de mi vida”.
Alguien se refirió a Jonathan de esta manera: “Su secreta, pero constante y solemne comunión con Dios hacía que su rostro resplandeciese delante de los hombres, y su apariencia, su semblante, sus palabras y todo su comportamiento estuvieron siempre revestidos de seriedad, gravedad y solemnidad.”
A los veinticuatro años se casó con Sara Pierrepont, hija de un pastor, y de ese enlace nacieron, como en la familia del padre de Jonathan, once hijos. Al lado de Jonathan Edwards, en el Gran Despertamiento, estaba el nombre de Sara Edwards, su fiel esposa y colaboradora. Igual que su marido, ella nos sirve como ejemplo de rara intelectualidad, profundamente estudiosa, y entregada enteramente al servicio de Dios. Era conocida por su santa dedicación al hogar y a criar a sus hijos, y por la economía que practicaba, siguiendo las palabras de Cristo: “Para que nada se pierda”.
Pero, sobre todo, tanto ella como su marido eran conocidos  por las experiencias que tenían en la oración.  Se hace mención destacada de que, especialmente durante un período de tres años, a pesar de estar gozando de perfecta salud, repetidas veces ella se quedó sin fuerzas debido a las revelaciones de los cielos. Su vida entera era de intenso gozo en el Señor. Jonathan acostumbraba pasarse estudiando y orando trece horas diarias. Su esposa también lo acompañaba diariamente en la oración. Después de la última comida, él dejaba todo cuanto estuviera haciendo, para pasar una hora con su familia.
Pero ¿cuáles fueron las doctrinas que la iglesia había olvidado, y cuáles las que Edwards comenzó a enseñar y a observar de nuevo, con manifestaciones tan sublimes?. Basta una lectura superficial para descubrir que la doctrina a la cual dio más énfasis, fue la del nuevo nacimiento, como una experiencia cierta y definida en contraste con la idea de la Iglesia Romana y de varias denominaciones, de que es suficiente aceptar una doctrina.  Un gran número de creyentes despertó ante el peligro de pasarse la vida sin tener la seguridad de estar en el camino que lleva al cielo, cuando, en realidad, estaban a punto de caer en el infierno. No se podía esperar otra reacción sino que aquellos que fueron despertados se llenaran de gran espanto.
El evento que marcó el comienzo del Gran Despertamiento, fue una serie de sermones predicados por Edwards sobre la doctrina de la justificación por la fe, que hizo que los oyentes sintieran la verdad de las Escrituras, de que toda boca permanecerá cerrada en el día del Juicio final, y que “no hay nada absolutamente que, por un momento, evite que el pecador caiga en el infierno, a no ser por la buena voluntad de Dios.”
Es imposible evaluar el grado del poder de Dios, derramado para despertar a millares de almas para la salvación, sin antes recordar las condiciones que prevalecían en las iglesias de Nueva Inglaterra y del mundo entero en aquella época. La iglesia estaba indiferente y llena de pecado, y se encontraba cara a cara con el mayor desastre. El famoso sermón de Edwards: Pecadores en las manos de un Dios airado”, merece una mención especial.
El pueblo, al entrar para asistir al culto, mostraba un espíritu de indiferencia y hasta falta de respeto ante los cinco predicadores que estaban presentes. Edwards fue escogido para predicar. Era un hombre de dos metros de altura; y su cuerpo estaba muy enflaquecido de tanto ayunar y orar. Sin hacer ningún gesto, apoyado con un brazo sobre el púlpito, sosteniendo el manuscrito con la  otra mano, hablaba en voz monótona. Su discurso se basó en el texto de Deuteronomio 32:35: “A su tiempo su pie resbalará”
Después de explicar ese pasaje, añadió que nada evitaba por un momento que los pecadores cayesen al infierno, a no ser la propia voluntad de Dios; que Dios estaba más encolerizado con algunos de los oyentes que con muchos de los que ya estaban en el infierno; que el pecado era como un fuego encerrado dentro del pecador y listo, con el permiso de Dios para transformarse en hornos de fuego y azufre, y que solamente la voluntad de Dios, indignado, los guardaba de una muerte instantánea.
Prosiguió luego, aplicando el texto al auditorio: “Ahí está el infierno con la boca abierta. No existe nada a vuestro alrededor sobre lo que os podáis afirmar y asegurar. Entre vosotros y el infierno existe sólo la atmósfera.... hay en este momento nubes negras de la ira de Dios cerniéndose sobre vuestras cabezas, que presagian espantosas tempestades con grandes rayos y truenos. Si no fuese por la soberana voluntad de Dios, que es lo único que evita el ímpetu del viento hasta ahora, seríais destruidos y transformados en una paja de la era.... El Dios que os sostiene en la mano sobre el abismo del infierno, más o menos como el hombre sostiene una araña u otro insecto repugnante sobre el fuego, por un momento, para dejarlo caer después, está siendo provocado en extremo.... No sería de admirar si algunos de vosotros, que están llenos de salud y se encuentran en este momento tranquilamente sentados en esos bancos, traspusiesen el umbral de la eternidad antes de mañana....”
El resultado del sermón fue como si Dios hubiese arrancado un velo de los ojos de la multitud, para que contemplaran la realidad y el horror de la situación en que se encontraban. En ese punto, el sermón fue interrumpido por los gemidos de los hombres y los gritos de las mujeres, que se ponían de pie o caían al suelo. Fue como si un huracán soplase y destruyese un bosque. Durante la noche entera la ciudad de Enfield estuvo como una fortaleza sitiada. Oíase en casi todas las casas el clamor de las almas que, hasta aquella hora habían confiado en su propia justicia. Esperaban que en cualquier momento Cristo fuese a descender de los cielos, rodeado de los ángeles y de los apóstoles, y que las tumbas se abriesen para entregar a los muertos que en ellas había. Tales victorias contra el reino de las tinieblas se ganaron de rodillas. Edwards no había abandonado ni había dejado de gozar los privilegios de las oraciones; una costumbre que él tenía desde niño. También continuó frecuentando los lugares solitarios del bosque, donde podía tener comunión con Dios.
Como un ejemplo citamos la experiencia que él tuvo a los treinta y cuatro años de edad, cuando entró al bosque a caballo. Allí, postrado en tierra, le fue concedido tener una visión tan preciosa de la gracia, amor y humillación de Cristo como Mediador, que pasó una hora vencido por un torrente de lágrimas y llanto.
Como era de esperarse, el maligno trató de anular la obra gloriosa del Espíritu Santo en el “Gran Despertamiento”, atribuyéndolo todo al fanatismo. En su defensa Edwards escribió: “Dios, conforme a las Escrituras, hace cosas extraordinarias. Hay motivos para creer, según las profecías de la Biblia, que la más maravillosa de sus obras tendrá lugar en las últimas épocas del mundo. Nada se puede oponer a las manifestaciones físicas como son las lágrimas, gemidos, gritos, convulsiones, desmayos....”
Lo cierto es que en Nueva Inglaterra comenzó, en 1740, uno de los mayores avivamientos de los tiempos modernos. Y no fueron esos sermones monótonos, ni la elocuencia extraordinaria de algunos como Jorge Whitefield, sino la obra del Espíritu Santo en el corazón de los muertos espiritualmente. En un período de dos a tres años, la iglesia de Cristo despertó de una época de gran decadencia.
En medio de sus luchas, y cuando menos se esperaba, Jonathan Edwards dejó de existir debido a una epidemia de viruelas. Uno de sus biógrafos se refiere a él de la siguiente manera: “En todas partes del mundo donde se habla el inglés, (Edwards) era considerado como el mayor erudito desde los días del apóstol Pablo o de Agustín”. Para nosotros la vida de Jonathan Edwards es una de las muchas pruebas de que Dios no quiere que despreciemos las facultades intelectuales que él nos concede, sino más bien que las desarrollemos bajo la dirección del Espíritu Santo, y que se las entreguemos desinteresadamente para su uso exclusivo.
 
 

_____________________________________________________________________________________________________
 
 
© 2024 EL ETERNO TE AMA

44917